miércoles, marzo 19, 2008

Poza del Encanto

Esta leyenda tiene un poco de cierto, porque nos la contó una simpática viejecita, que llegó a la avanzada edad de 115 años, doña Andrea Garrido Núñez, por lo que al hacer el relato, trataré de intercalar expresiones de la Ñaña, que así, la apodábamos los miembros de la familia, y como ella decía, “le dan sabor al caldo”Séame entonces permitido, tratar de escribir la manera de expresarse de algunos de los personajes de esta historia, y decirles que la Ñaña conoció la Laguna de Tagua Tagua en todo su esplendor, o sea cuando aún no la desecaran y convirtieran en tres haciendas y varios fundos y poblados.-
La Ñaña se rascó la cabeza con su sarmentosa mano, chupó la bombilla de su mate, iniciando de muy buen grado la leyenda que nos había prometido:
Catalino Zamorano era un huayna apuesto, alto, buenmozo, alegre, simpático y buen amigo, lo que hizo decir a cierta lengua viperina; p’a mi que a Peiro le “ayudaron”, p’a que la Peta saliera con un chiquillo tan encachao.-
Convidado preferido, a cuanta fiestoca; que nunca faltaban, semana a semana en distintos lugares de extenso valle.- Todos le conocían y apreciaban porque era bien portado y jamás se hacía el ‘convidado de piedra’, y en todas partes entraba ‘por la puerta grande’, la semana que tenía libre cada 15 o 20 días, la aprovechaba para asistir con sus mejores tenidas, a los bautizos, matrimonios, cumpleaños u onomásticos, en fin, nunca faltaban motivos para festejar algo, y ahí estaba nuestro buen amigo con un buen regalo en la mano.- Pero...parece que todos los seres tienen un pero, el pero de Catalino, ponía intranquilos a los padres de cuanta muchacha casadera existía a la redonda, aunque no les disgustaría como yerno.- El caso es que con él, era rara la jovencita que no se pusiera nerviosa en su cercanía, porque Catalino tenía fama de ser, según el decir de muchos, ‘mas entrador que un arado de palo’.- Esa tarde se dirigía a la casa de sus padres, inquilinos de la Hacienda Idahue; sentado en la viga delantera con las piernas cruzadas sobre el pértigo de la carreta, sin apurar a los bueyes que seguían la huella que orillaba el Zocavón, (Ese enorme tajo abierto en el cerro del Niche, por donde se desaguó la laguna de Tagua Tagua.)
Cantaba el muchacho, contento de vivir; no tuvo problemas para entregar la carga de su carreta, en las bodegas de don Cosme Damián Vásquez de Novoa Orquera, comerciante mayorista y banquero en esa época, en San Vicente de Tagua Tagua.-
Afortunadamente el vado del estero Zamorano en Pencahue abajo, traía poca agua, si apenas mojó la argolla de la cola del pértigo de la carreta.-
Se sentía contento porque llevaba las ‘faltas’ para el mes, si hasta se había conseguido un ‘mono de azúcar’completo, o sea un cono de veinte kilos, al que había que sacarle a trocitos el azúcar, un verdadero regalo para la gente de su casa, y convidarle a sus vecinos, a los que nunca dejaba sin parte.-
Catalino era uno de los mejores carreteros del equipo de carretas de tres yuntas que tenía don Cosme, que a pesar de ser de los mas jóvenes, era tan cumplidor como los mas viejos, que le habían participado de sus experiencias, durante los largos recorridos.-
El camino a San Antonio era difícil, sobre todo en la pasada de la cuesta de San Vicente en El Manzano, pues esta creaba graves problemas, empinada y con vueltas muy cortas, en las que las tres yuntas no podían hacer fuerza sin desplazar la carreta hacia los costados, es por eso que llevaban una carreta chica para disminuir la carga de las grandes y poder hacerla subir con una o dos yuntas.- Esta carreta chica, era la primera en pasar hacia San Pedro, descargaba al otro lado de la cuesta y volvía hacia donde la esperaban las demás carretas.- Ahora subía la que le habían alivianado la carga, y así sucesivamente.- Los carreteros tenían que ayudarse mutuamente, en algunos tramos, ayudar a los bueyes presionando en los rayos de las ruedas, cuando por la vuelta muy corta había que dejar la carreta con una sola yunta de bueyes.- O ponerle otra yunta con una ‘cuarta’ o sea, una cadena gruesa, amarrada desde el yugo a la argolla de la cola del pértigo de la carreta, para que los bueyes sirvieran de freno en las bajadas peligrosas.- En fin, un trabajo que requería gran práctica, pericia y experiencia, además de sentido de responsabilidad.-
Por esta razón el descanso era de imprescindible necesidad, tanto para los hombres, como para las bestias de carga.- La huella del camino, ponía perezoso el andar de la ya cancina marcha de los bueyes, marcha que jamás apuraba Lucio, el capataz, montado en la ancha silla de su pequeño pero brioso caballo chileno, el ‘mentao’, “Guacho”, lo que hacía decir jocosamente a los carreteros, Guacho el caballo y guacho el jinete.-
Llegados que fueron a la ‘parada’de San Pedro de Melipilla, los hombres acuñaron las ruedas de las carretas, bajaron el taco que traía amarrado al pértigo cada carreta, para así desempertigar los yugos, y cuidadosamente quitaron las coyundas de cuero sobado de los cuerno de los sufridos animales, para que estos almacenaran tranquilamente el pienso que rumiarían, durante el resto del largo camino.-
Algunos hombres se tiraron cuan largos eran, sobre la mullida alfombra de paja molida que cubría el piso alto, de la enorme pesebrera.- Los mas siguieron a Catalino, que terminada de dejar bien ubicados a sus bueyes y bajarles tres colizas de pasto, desparramárselas en los comederos y llevarlos al abrevadero a beber agua de la noria, que el mismo escanció con la bomba.- El hombre fue muy bien recibido por las muchachas que atendían a los parroquianos, y no tanto por el dueño, que por conocerlo, lo miraba con muy malos ojos, pues en llegado revolucionaba a su juvenil servidumbre, lo que le provocaba que su genio se enardeciera tanto, que hasta las órdenes mas simples, las daba a gritos por demás destemplados, lo que mas le molestaba era que no podía desquitarse con el, porque se echaría encima a todos sus demás compañeros, que eran estupendos clientes, que le dejaban pingues ganancias.- Catalino como cliente era poco consumidor de alcohol, en cambio sus compañeros eran verdaderas esponjas, empezaban por medio pato y seguían por patos enteros, vale decir, empezaban por una jarra de vino pequeña para seguir con varias grandes, lo que por supuesto, que era gran negocio para el.- Catalino tenía buen diente, acompañaba su merienda, con un solo vaso de vino, pero que las muchachas mirándole el ojo al patrón se encargaba de mantenerlo lleno, mientras recibían con amplias sonrisas los piropos llenos de malicia de nuestro amigo.-
Esta rutina se repetía en todas las paradas del camino, con cronométrica exactitud, la única diferencia eran las edades de quienes atendían los mesones; cuando jóvenes, Catalino era el héroe de la jornada.- Maduras, al muchacho no lo llevaban “ni en los talones”, y el tampoco se interesaba, y su única preocupación era sacar el sueño, ese sueño que solo se atenuaba a la llegada de una parada con muchachas de su edad.-
Tenían que aprovechar la temporada estival, pues en invierno era poco menos que imposible atravesar los vados de los ríos y la huella empantanada de los caminos.- Así, es comprensible que el regreso de los equipos fuera recibido con vivas muestras de alivio.-
Esa tarde, faltando poco para la entrada del sol, rumiando los bueyes el pasto seco ingerido en los corrales, mientras descargaban las carretas acuñadas ruedas y pértigos, en las bodegas que estaban frente donde hoy esta el Banco Estado en San Vicente de T.T.-
Entre silvando y cantando, Catalino recordaba las aventuras de su viaje a la costa, que era agradable a él, porque tenía entretenciones, su chispa, en las tallas a sus compañeros, a otros viajeros, o a otros carreteros que se cruzaban en el camino, las bromas, algunas harto pesadas, pero que al fin levantaban el ánimo a todo el grupo, que en general era muy unido, en las buenas y en las malas, como se decía entre ellos.- Para otros era tedioso, aburrido, para todos terriblemente cansador, y es por eso que pasaban a cuanta “picá” conocían, para tomarse sus vasos de vino, saborear sabrosas empanadas y ricas cazuelas de ave.- Esto que nos contó la Ñaña, ocurrió mucho después que se formó el socavón del Niche, al descargarse las agua de la Laguna de Tagua Tagua, hacia el estero Zamorano.- Poco mas arriba de la mitad del recorrido de este enorme canal, este se había separado en dos brazos, dejando al centro una pequeña isla, formando a su alrededor un enorme circulo al comerse los bordes del cerro.- Con el correr del tiempo la isla se fue desmoronando y quedó el enorme foso que el léxico popular llamó la “La poza del encanto”,porque según la leyenda, allí se asentó, arrastrada por las aguas del canal, la Diosa de la Laguna de Tagua Tagua, que mientras se peinaba con un peine de oro, sentada y apoyada al pie de un espino en la cima del islote, cantaba para atraer a los viajeros solitarios.
Eran muchos los carreteros y viandantes que aseguraban haber escuchado y visto a la hermosa mujer que los llamaba desde el islote.- Otros contaba “la firme” que era tanto la atracción que tenían que taparse los oídos y cerrar los ojos para no caer en el encantamiento, para no tentarse y nadar hasta el islote.-
Cantaba tan bonito decían, que era casi imposible no caer en el encanto, subyugados por la belleza de la encantadora mujer,-
Catalino se reía en sus narices de los cuenteros...Pero...Esa tarde, cuando escuchó la maravillosa voz de la mujer que cantaba.
La suave brisa de oriente
Me hizo sentir su frío
Las aguas de la laguna
Me arrastraron hacia el río.
En el islote esperaba
Al ser amado elegido
Por eso yo te cantaba
p’a que sea bienvenido.
A disfrutar para siempre
De un gran amor compartido
Te pido que me acompañes
En dulce y eterno nido.
Catalino no era de los que se asustan fácilmente, sin embargo sintió un sudor frio en las manos y el corazón se aceleró en su pecho.- No podía convencerse que en aquellas soledades y a esa hora ya entrándose el sol, una mujer se aventurara sola.- No puede ser se dijo, debe ser una pareja de enamorados.- Voy a meter harta bulla para que me sientan llegar.-
YAAAAA...Castizo.....................YAAAAA......Pernil, a pesar de los gritos a los bueyes, esa voz siguió cantando....mas clara...mas tierna... mas insinuante:
Cantaba p’a que vinieras
A compartir mis ardores
Y que al llega te quedaras
Como amor de mis amores.
YAAAA Sastizo .....YAAAA...Pernil.... El canto de la mujer le atragantó la garganta y a pesar que el corazón quería salirse por la boca, Catalino se dijo: Baah...¡ Que tanto juería pues! De golpe se olvidó de sus aprehensiones cuando vio a la muchacha que era un verdadero monumento de mujer, era sin lugar a dudas la mas hermosa que había visto en su vida, y por lo demás no tenía nada de fantasmagórico.- Allí estaba sentada bajo un espino en medio del islote, con el largo pelo como azabache caído sobre un hombro de una blancura marmólea, como el resto de su piel, apenas cubierta por un velo en pliegues, que no impedían apreciar el cuerpo escultural de una belleza exquisita. Ella tendía sus manos tentadoras al muchacho que la miraba extasiado, tanto que sin darse cuenta seguía picando al buey Castizo, por lo que la carreta se acercó peligrosamente al borde del Socavón hacía rato fuera de la huella del camino.- El no tenía ojos mas que para esa beldad que lo tenía embelesado, la tierra blanda y maicillenta cedió, precipitándose, bueyes, carreta y carretero, al fondo del acantilado.-
Rastrearon varios kilómetros, Socavón, estero Zamorano y río Cachapoal, pero... no encontraron rastros del muchacho, solo estaba la carreta con los bueyes empertigados, uno cabeza fuera del agua, amarrado con la coyunda al yugo, y el otro ahogado en la otra punta del yugo.-
Varias veces un poco mas arriba del islote echaron un calabazo con una vela encendida, para que según ellos indicara donde estaba el cadáver, invariablemente por cualquiera de los brazos de agua por donde echaron el calabazo, este llegaba al remolino que se formaba al juntarse las dos corrientes....pero.....allí no estaba Catalino.-
Dicen las malas lenguas, que como nunca mas volvieron a oír la voz de la mujer, fue porque era la Diosa de la Laguna de Tagua Tagua, que, al fin encontró a su amor, y se lo llevó con ella.- Es por eso que ese lugar se sigue llamando. “LA POZA DEL ENCANTO”.-
Rafael Meza Ramírez
LEA FAR

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