domingo, mayo 30, 2004

La Ñaña

Al recordar los cuentos, anécdotas y leyendas que nos contaba una simpática viejecita cuando mi hermano y yo, éramos niños, consideré que sería interesante hacer retroceder en el tiempo, la imaginación de las gentes de hoy, y darles por así decirlo un corto paseo por el pasado.
Empezaré por decirles quien era, y porque sabía tanto de este valle de Tagua Tagua, la que será en esta relación nuestra amable cicerone, la Ñaña,
Trataré de detallar en la forma más breve posible, como era ella, los lugares donde vivió o pasó la mayor parte de su larga existencia. Todo ello con el fin de que sea más cómodo seguirla, especialmente para aquellos que no imaginan como era el San Vicente Ferrer de Tagua Tagua de hace varios lustros.
Como es prácticamente imposible recordar todo, y más todavía guardar de sus recuerdos un orden cronológico, séame permitido saltarme tiempo y espacio, y contar los cuentos, así los recuerde, vale decir sin orden ni concierto.-
Al hacer los relatos trataré de intercalar expresiones de la Ñaña, que como ella decía “le dan sabor al caldo”. Doña Andrea Núñez Garrido, Nació en Vichuquén, un pueblecito enclavado en un valle de la cordillera de la costa cerca del lago del mismo nombre, a igual distancia geológica entre Licantén y la rada de Llico, en la séptima Región del Maule, allá por el año 1816, prácticamente en plena época de la independencia, siendo Gobernador de Chile, Casimiro Marcó del Pont. Hija de Patricio Garrido y de Carmen Núñez, llegó con sus padres al valle de Tagua Tagua muy niñita. Años después entraron al servicio de Francisco Meza y Jiménez en El Cardal Viejo hoy Santa Teresa al lado oriente del puente sobre el estero Zamorano, a las puertas de la hoy ciudad de San Vicente. Mientras su padre trabajaba en las labores del campo y su madre en el servicio de la casa grande, ella fue asignada al cuidado de los niños. Con el correr de los años pasó a ser el ama de llaves, terriblemente mandona, incluyendo a los dueños de casa y sus descendientes que la conocieron por cuatro generaciones como parte de la familia. (A la que sirvió por mas de cien años).- Para los extraños y el personal de servicio era, doña Andreíta, para los de la casa era simplemente la Ñaña.-Falleció en el hospital de San Vicente el siete de abril de 1931 a la edad de 115 años, poco antes de cumplirse el aniversario de la desecación de la laguna de Tagua Tagua, que ella conoció, como asimismo a muchos de los habitantes que ocupaban sus márgenes.- Entre ellos se contaba un cacique indígena que había tomado un apellido español, posiblemente era mestizo, por lo que era conocido como el cacique Molina.- Según la Ñaña, cuando Javier Errázuriz Sotomayor, adquirió los derechos para desecar la laguna, este cacique le exigió un lugar donde vivir con su gente, y éste les compró los terrenos hoy conocidos por aquella razón como “Pueblo de Indios”.
A la Ñaña la recuerdo con especial afecto, siempre sentada en un minúsculo piso de totora, afirmada en un tosco bastón de cabeza, curtida la apergaminada piel por incontables arrugas, inclinada de forma inverosímil como buscando el abrigo de la madre tierra que hasta ese entonces se sentía impotente para traerla de regreso a su seno. Este cuerpecillo, aparentemente frágil, que poco a poco había ido tomando la posición del feto en el vientre materno, tenía una tenaz resistencia, comunicada posiblemente por su espíritu lleno de vida.
Lúcida de mente, sus ojos lagrimosos, pero de mirar atrevido a pesar de su avanzada edad, el oído zorzalino, y un pulso de tirador escogido, la Ñaña era sin duda “fuera de serie”. Era de verla con que felicidad enhebraba las agujas que a mis tías de poco más de cuarenta años, les costaba hacer...-¡Pasa p’acá chiquilla!, tan inútiles que son...p’a enhebrar la aguja hay que cortar el hilo con tijera p’a que no quede pelusa, se tuerce la punta al revés, se aplana un poco...y p’a entro.
La Ñaña tenía mal genio, siempre refunfuñando y acusándonos de nuestras travesuras, y sin embargo, cuando queríamos algo difícil de conseguir de nuestras tías, recurríamos a ella, que con un gesto de complicidad nos servía de abogado...consiguiendo invariablemente el objetivo.
Para nosotros, muchachos de pocos años, lo más atractivo eran las veladas después de comida, junto al bracero de la Ñaña, la que nunca se acostaba sin antes tomarse varios mates calientes como un infierno y casi a pico de tetera hirviendo. Era un misterio como no se quemaba la boca. Teníamos que tener paciencia...cebar el mate, echarle el pan de azúcar quemado en una de las palas de las tenazas previamente calentadas en las brasas, esperar el segundo mate, y ¡ya!...el rosario, el infaltable rosario...nosotros preferíamos el de la Ñaña porque era bastante simplificado; el misterio, un Padre Nuestro, un Ave María y un Gloria, y así los cinco misterios...en cambio, el de las tías eran en total, cinco padrenuestros, cincuenta ave marías, cinco glorias y una gran cantidad de otros rezos adornados con letanías...no teníamos dudas al elegir el rosario de todas las noches...después del de la Ñaña, además tenía más tarde un cuento que casi siempre estaba basado en casos de la vida real, o producto de su fértil imaginación.
El bracero de la Ñaña, con una tapa de bronce, donde colocaba la tetera, significaba para nosotros una velada maravillosa, especialmente en las noches de invierno, mientras en el patio caían, con su ruido característico los chorrillos de agua de las canaletas del tejado, escuchábamos embobados los cuentos, las leyendas, las anécdotas y chismes de sabrosas aventuras, de personas conocidas por todos; es decir, simples pelambres que no supimos nunca como llegaban a oídos de la Ñaña, puesto que nunca se movía de la casa, claro que a lo mejor se los traían las amistades que continuamente la visitaban. El asunto es que siempre estaba magníficamente informada del quehacer de todo el pueblo.
Para todas estas cosas, la Ñaña tenía una memoria de elefante, y con su voz cascada, y su vocabulario adornado con dichos de épocas pasadas, sonaba a nuestros oídos, como música celestial, pintaba de forma tal las escenas, que con nuestra imaginación las veíamos con claridad absoluta; los paisajes y personajes de sus maravillosos relatos. Algunas veces pienso, ¡Que lástima que en esa época de las velas de cebo, el jabón vetado, las ampolletas de alumbrado eléctrico con filamentos de carbón, las victrolas y lo más moderno; las radios a galena, los heterodinos con válvulas o tubos triodos y pentodos con filamentos de caldeo directo; no existieran las modernas grabadoras eléctricas, transistorizadas o sistema digital.-
Como no fue así, trataré antes que la arteriosclerosis las borre definitivamente de mi memoria, escribir las que recuerde con mayor claridad, a las que titularé “Recuerdos de la Ñaña”, como un modesto homenaje a su persona que recuerdo con cariño.
Todas ellas son genuinas del valle de Tagua Tagua, y la mayoría de los personajes existieron, a ellos los nombraré así recuerde sus nombres, otros son simples leyendas que recogió y guardó en su memoria privilegiada, a esos personajes puso un nombre cualquiera, al igual que hago yo. Como su vida casi entera transcurrió en San Vicente, un tiempo en el fundo, y otro tanto en la casa del pueblo, ubicada donde hoy está la continuación de la calle doctor Luis Ibáñez entre Riesco y avenida España, recientemente abierta, esta casa junto con la de doña Carmen Gallegos eran de las más antiguas de San Vicente.
Sólo en muy contada ocasiones, pasó alguna temporada en el fundo Palqui, de San Pedro de Melipilla, de propiedad de don Teodoro González, cuñado de su patrona doña Julia Vásquez de Meza, hija a su vez de los primeros comerciantes mayoristas de San Vicente; don Cosme Damián Vásquez de Novoa Orquera, primer banquero de la zona.
Sus bodegas estaban ubicadas en Avenida Riesco, casi frente a donde hoy se ubica el Banco del Estado. Esta es la razón del porqué la Ñaña conocía el camino hacia San Antonio, como lo relata en una de sus leyendas.
Con estos antecedentes, es más fácil imaginar el medio en que se desarrollaba la vida de la Ñaña, que no era como pudiera creerse una mujer que pasó todo el tiempo, pegada a las pretinas de sus patrones (como ella misma lo diría), cumplía y hacía cumplir las obligaciones religiosamente, pero ella aprovechaba sus días libres, visitando amistades, que las tenía por cantidades.
Las que más le agradaban eran con los descendientes de los nativos que vivían en los márgenes de la Laguna, por lo que frecuentemente, viajaba a la Villa del Cóguil, hoy, poblaciones, Presidente de la República, Padre Hurtado y Juan Pablo II, en el Pueblo de Indios, porque allí recogía cuentos, leyendas, pelambres y otras menudencias, que luego repetía como moderna grabadora, en las tertulias de la noche, entre el personal de servicio, y al que hacían coro, los jóvenes de la casa, y como la Ñaña tenía una voz atraviesa murallas, no era problema para los dueños de casa, seguir sus peroratas, y reír de buena gana, con su pintoresco léxico, sobre todo cuando los cuentos se referían a personajes conocidos que se habían pegado su farrita por esos lados.
Cuando mi hermano y yo la conocimos, ya no salía de casa, el peso de los años no le permitía hacerlo, pero ya como lo he dicho, ése era el único aspecto de su físico que no la acompañaba en su fabulosa energía.


Lea Far

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hermosos recuerdos; con el sr.Meza (QEPD) teníamos lejanos parientes en comúnm, apellidados Vásquez de Novoa Carrillo, a su vez parientes del padre Tobías Carrillo, párroco de Peumo,y tío bisabuelo mío.